Daniela Soto Daniela Soto

querido cosme

Querido Cosme:

Hace más de 11 años que te tuvimos. Me acuerdo del día en que te concebimos sin saber que te deseábamos, pero deseándonos intensamente el uno al otro, tu papá y yo. Era enero, cerca de Reyes, yo me creía segura de no estar fértil y a la vez no me importaba, estaba tan enamorada de Héctor, de la vida, del mundo, de crecer.

Llegué al metro Viaducto desde Taxqueña y Ale me enseñó cómo llegar al depa de Andalucía. Traía esos Levi’s negros entubados, con el cinturón trenzado, mis botitas favoritas, mi playera negra de escote profundo en “V” y ese suéter rosa que es como una celosía. Me desbordaba por ver a Héctor, me moría por él.

No me acuerdo con precisión de nada más de esa visita, sólo de estar todo el tiempo hundida en tu papá y de la sensación, la atmósfera, la luminosidad. Y luego regresar a Aguas para el resto de las vacaciones.

En febrero volví a la ciudad grande para el sexto semestre y sabía en la tripa que estaba embarazada. Se lo dije a Fela, estaba convencida de abortar, no me pude plantear ninguna otra opción. Tu papá se lo contó a Rich, estaba dispuesto a apoyarme en cualquier decisión, a ser papá.

Yo le dije que había decidido abortar, que no estaba lista, que no te deseaba, que me iría pronto de intercambio a Alemania, que no tenía la cara para decirle a mi familia.

Encontré la clínica en internet y agendamos una cita. Pero al verlo todo tan real me sentí devastada, lloraba y lloraba mientras te imaginaba y te dibujaba en acuarela. Sentí que Héctor no entendía mi tristeza. Yo misma no le di espacio, no la validé. Me faltaba tanto por crecer y lamento que eso me impidiera darte tu lugar por tantos años.

Recuerdo vagamente lo que vi en el ultrasonido esas veces, tu saquito vitelial. Me recomendaron esperar más semanas para que crecieras un poco y fuera más efectivo el misoprostol. Pero ahora que sé mucho más de esto, que hemos pasado por tanto, sé que nunca te formaste como embrión, al igual que Ajonjolí y Luci diez años después. Que aunque hubiera decidido tenerte, no era posible, que hasta ahí tocaba.

Mientras estuve embarazada de ti quería siempre gomitas y gelatina. Recuerdó el día que tomé el misoprostol, Héctor estuvo conmigo. El dolor físico lo exageré, quise que creciera, que supliera al dolor emocional, que lo abarcara. Héctor hizo lo mejor que pudo por sostenerlo todo y yo veía cuánto le costaba el dolor y la tristeza.

Sangré mucho, salió tu saquito, muchos coágulos. Lloré, grité y cuando terminó esa parte del proceso acalle mis gritos y pedí sushi: bolas de arroz empanizadas, yakimeshi, un rollo con plátano macho, kushiague y otro rollo para Héctor. Recuerdo que me dijo que había pedido demasiado, pero me lo comí todo, tenía mucha hambre, quería safarme el nudo de la garganta a fuerza de tragar.

Y seguimos enamorados, yo aliviada de no estar embarazada, creyendo que jamás querría ser mamá. Me derretía por tu papá, quería tenerlo adentro, pero respeté las indicaciones del enfermero que me hizo ultrasonido para confirmar mi útero vacío.

Fuimos a Acapulco en esa luz amarilla y fragmentada que irradiamos cuando nos amamos y recuerdo que fue cuando pude volver coger con Héctor al fin. Pero yo no entendía por qué quería descuidarme, que me llenara otra vez de verdad.

La maternidad empezó a aterrarme. Me compré el cuento de mis tías, de mi generación, de que una mujer exitosa, cool, invencible, no es mamá. De que los hijos estorban a nuestro potencial.

Me fui a Stuttgart y poco a poco me destejí, me hundí en el abismo más profundo que he conocido, el abismo de la pérdida no reconocida. Sólo sobrevivir era un esfuerzo, respirar era un esfuerzo, levantarme era un acto heroico. Me escondía de todos con una pena, un encogimiento, una culpa inaccesibles e inconscientes. Héctor me llamaba, me acompañaba. Me visitó como un rayo de luz.

Luego la abuela enfermó. Por fortuna pude venir a despedirme, decirle cuánto la quiero, dibujarla mientras dormía, estar con Héctor.

Pronto volví definitivamente y seguimos juntos con una naturalidad fantástica. Yo empecé a negar públicamente todo interés en la maternidad y deseando privada e inconscientemente que llegara el momento.

Me permití compartírselo a Verde y recordé cómo antes lo hablaba abiertamente con algunos cercanos. Pero ahora fingía que maternar era para otras, para una edad que a mí no me llegaría.

Todo por no saber, por no atreverme a doler por ti, mi Cosme.

Y ahora, mi cometa, cada vez que ha muerto unx de tus hermanxs, se enciende a la vez la luz de tu ausencia. El deseo tan ancestral que tuve que enterrar junto con el dolor de perderte, el miedo a cómo me juzgarían y me humillarían si supieran que me embaracé de ti sin querer a los 21.

Quiero pedirte perdón por mi inmadurez, por negarme a conocerte el momentito que me tocó la suerte de llevarte adentro, por no darte tu duelo hasta ahora, por ocultarte, por titubear al decir que tengo cuatro hijxs y no tres.

Pero esos eran mis recursos, ese era mi lugar, era lo que tenía, me faltaba tanto por crecer, por conocerme, tanto valor.

Te amo, mi galaxia, mi constelación. Te amo mi conexión. Siempre serás mi primer hijo, te llevo siempre conmigo. Gracias por escogernos, por materializar nuestro amor, gracias por empezar a enseñarnos a contar con el otro, a confrontar, a atravesar la dificultad, a maternar y paternar. Gracias por mostrarme mi deseo, aunque me negara a verlo.

Me consuela tanto que cuides a Momo mientras cruza a tu plano. Me abro al fin a amarte vulnerablemente, a llorarte, a sentirte.

Te amo, Cosme, te amé siempre.

Tu mamá

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

leche

Momo: Esta leche es para ti. Y de ti para mí. Me recuerda mi capacidad, la fertilidad de mi cuerpo, la profundidad del deseo, mi calidad de mamá, mi fuerza, que te lo hemos dado todo, que hicimos lo que estaba a nuestro alcance, que llegamos tan lejos como pudimos. Una gota es suficiente. Cuando escurre es llorar desde cuerpo. La vamos a donar imaginando que pueda salvarle la vida a otro bebé, ahorrarle a su mamá el desgarro de esta ausencia.

así se ve mi leche al microscopio

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

mi pececita

Se cumple una semana de tu nacimiento, mi pececita. Ha salido, con el misterio claro y oportuno de siempre, un solo hongo de mi cultivo. Lo pongo en el altar y lo como después de desayunar y sacarme la leche. Me hago bolita en el piso de piedra negra de la cocina, en medio de la muralla que forma la barra, escuchando la música necesaria, instrumental, triste, minimalista, que ha acompañado este año mágico e imposible. Jimena está tomando una llamada en mi escritorio y se le va el internet, viene a sacudirme la cadera mientras lloro, suave. Héctor aparece y nos dice: “Te comiste el hongo”.

La realidad se intensifica muy lentamente, mi cuerpo vibra lleno de vida junto con nuestra casa, el aire, los colores. Aparece la conocida necesidad de guarecerme, de retraerme. Me sumerjo en el edredón con las cortinas cerradas, ondeando. Es la primera vez que vengo aquí sin buscar respuestas, “la respuesta”. La voz de Jimena quién sabe cuándo se convierte en un caleidoscopio verde con momentos rosas, la escucho hablar del libro que está ilustrando, los márgenes, la impresión, la paleta de colores; pero atrás de eso escucho un cariño inmenso por ella, la belleza de su ser. La voz de la señora de la editorial la oigo como si fuera de otra especie que habla un idioma no humano, sus formas y colores llenan el caleidoscopio de volutas incomprensibles. 

Luego siento algo atorado entre el pecho y la garganta, un monstruo con muchas garras que me llegan hasta adentro. En el plexo, en el cuello, hasta adentro de mi vientre. Pienso que hay que luchar con esta bestia oscura con exoesqueleto. Ahí encuentro mi envidia espesa, pútrida, aceitosa, grumosa por el embarazo del hermano de Héctor y su novia. Abrazo a mi odio por ellos, el dolor de compararme, me dejo hundirme en la sensación más insoportable que puedo concebir. Me compadezco de mí, me doy permiso de sentirlo todo, no me acuso ni me condeno, me permito recibirlo todo sin juicios.

El odio no se va, la envidia es muy fuerte, pero puedo ver a Momo nadar a través de todo ese horror, entrar hasta adentro y darle un beso a su primo. Abandono cualquier intento de resolver o desaparecer estos sentimientos y me aferro al amor de ese beso en medio de la porquería.

Entonces la voz de mi cabeza, esa voz que nunca se calla desde que tengo uso del lenguaje, empieza a separarse de mí como una calcomanía. Además de oírla, la veo, narrándome el mundo, queriendo definir y hacer comprensibles las ambigüedades de existir. La veo en su origen queriendo hacer menos hostiles los secretos y las mentiras que me rodeaban mientras crecía. Tratando de explicar la presencia tan densa de mi abuelo muerto y la incongruencia de lo que se me contaba sobre él. Validando los enojos y miedos que no tenían permiso de manifestarse o a veces tejiendo a palabras sus escondites.

Esta voz me dice que hay que luchar, que ésta es la batalla, y le digo: “espera”. 

Siento compasión por esta narradora tan diligente, incansable, y por primera vez no le pido que se calle. Me veo montando ataques furtivos contra ella cuando medito y me disculpo por ello. Le digo sin palabras que la verdad escapará siempre al lenguaje y le agradezco por seguir buscándola conmigo, por dar vueltas procurando acercarnos a alguna certeza. Le agradezco que sea a partir de ella que yo puedo escribir esto, que yo interpreto, desinterpreto y reinterpreto mi mundo y mi experiencia. Durante todo el resto del viaje la escucho amorosamente con la claridad de que la verdad es “ungreifbar” e ilusoria.

Jimena llega de algún modo y siento su masaje, me está haciendo una pintura en la espalda y me maravilla sentir de tan cerca su calidad de artista. A veces Héctor viene a dar unas pinceladas y distingo a la perfección la diferencia de su brochazo y sus colores. El amor con el que los dos me sostienen a trazos para que pueda desmoronarme como es preciso.

Luego nos veo a Héctor y a mí siendo pamás de un pequeño humano, y la felicidad que irradiamos y nos envuelve está hecha de los hijxs que ahora tenemos en otro plano, de este dolor tan inmenso que nos atraviesa. Es entonces cuando me abandono al dolor, le abro valiente todas las esclusas.

Me desconcierta que me traspase una pena tan luminosa y tan clara, un caudal sosegante con refracciones de arcoíris. Es la primera vez que mi dolor fluye sin estancarse, transparente y puro como un río que corre. Jimena está llorando conmigo, la siento al lado mío alimentando el torrente. Me siento libre y poderosa. Le digo a Jimena cuánto me duele, le digo que me siento transparente. Me ofrece traslaparse conmigo para adquirir opacidad, le pido que seamos transparentes las dos, que dejemos pasar toda la luz.

En el río de nuestra tristeza, veo nadando a Momo, mi pececita naranja radiante, la veo alejarse y sé que tiene que irse, se está yendo. Ha cumplido su tiempo. Siento tanto amor y tanta soltura. Nada en mí va a detenerla.

Este dolor es el amor mismo, el amor más grande cuando la ausencia le impide entregarse. Pero me imagino que puede fluir desde aquí a ese otro lugar donde están mis otrxs hijxs, hacia donde Momo nada, y siento tal alivio de poder entregarles lo que es sólo suyo, de que pueda brotar y correr.

La fuerza paciente del río termina por ablandarme al monstruo de las entrañas, parece que se empieza a disolver y ha perdido la claridad y los filos. Entonces le acuno en mis brazos como un bebé y reconozco su sufrimiento, mi sufrimiento.

Me rindo, no hay nada que conquistar, a nadie que vencer, nada que descifrar o concluir. Me da tanta risa pensar en una verdad, en una explicación. La vida no puede explicarse.

Me veo sana, fértil, poderosa, fértil, perfecta en con todas mis fallas, perfecta con todas mis heridas, tensiones, dolores, con todo lo irresolubre, con mis preguntas irrespondibles.

Me veo desnuda como una diosa fuerte, saliendo al mundo, portando mi dolor sin miedo, mi deseo sin vergüenza.

Gracias por venir, mi pececita. Gracias por esto.

la foto es de Héctor

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

cuando estabas en mi panza

querida momo:

estoy tan feliz de tenerte en mi panza y a la vez siento tantas cosas, varias difíciles, algunas dolorosas. a veces me siento sola aquí afuera, con muchas ganas de llorar, sin alguien que me pregunte por tus hermanxs, sin alguien que entienda dónde estoy.

ser mamá me ha cambiado tanto que me hastía esperar a que las personas me conozcan de nuevo y no soporto que me traten como la de antes, como si no tuviera hijxs. me he alejado de todos porque siento la necesidad, pero a veces los extraño, a veces incluso me extraño, a la otra mí.

pero no cambiaría nuestro camino, me recuerdo que soy la mejor mamá para ti y no puedo agradecerte suficiente por escogerme, por darme esta nueva oportunidad. soy tan fuerte y necesito que me cuiden. necesito poder cambiar de opinión cuantas veces sea necesario. necesito poder sentir todo esto a la vez y que haya espacio. necesito seguir llorando por luci y celebrándote aquí. necesito creer, confiar y tener miedo. que se reciban mis dudas. seguir rota y romperme cuando haga falta. necesito hablarte de tus hermanxs y que puedas hablar con ellxs.

momo-chan, a veces no puedo creer que estás aquí. pienso que me lo he imaginado todo, que no puede ser que las cosas vayan bien. tengo tanto miedo de todo. de perderte más que nada. del parto. de terminar en el hospital, de que nos maltraten. de que tú o yo no sobrevivamos. de no saber cuidarte. de fallar en la lactancia. de no aguantar. de estar sola.

tengo miedo de las cosas hirientes que puedan decirnos. tengo miedo de no disfrutar cada parte y que pase muy rápido. miedo de perderme en la maternidad. de que otras voces ahoguen mi intuición. de que esto me separe de héctor. de compararme.

pero estoy muy emocionada. feliz de sentirte. emocionada por cuando héctor pueda sentirte mover. por conocerte cada día. por nadar juntas en panza. por conocer mi fuerza y mi serenidad en el parto, por ir contigo a mi exposición de arte. por ir con los abuelos a disney. por tener juntas un jardín. por cuidar al mundo a nuestro modo. por hacer arte desde este nuevo impulso. por aprender todo de nuevo contigo, asombrarnos otra vez, conocer los lugares como nuevos, ir a museos, ir al bosque, hacer música.

momo, sé que todo va a salir bien. lo sé en el fondo de mi tripa desde el principio. todo está bien. cada vez me sé más serena, más yo, más viva, más sintiente, más sana, más completa. ser mamá en este trayecto tan desafiante ha sido mi vía de crecimiento. te agradezco tanto. te agradezco siempre. te amo incondicionalmente. te amo desde hace iones. te amo hasta que me disuelva al punto que este amor se descubra universal. te amo tanto que amo más al mundo y a sus habitantes, incluso con lo que me cuesta cohabitar.

y a la vez te suelto. momo, eres tu propio ser. no eres mía, no me debes nada. me recuerdo a mí misma que estamos para acompañarnos y tomar forma cada una. no soy para ti. no eres para mí. compartimos y eso nos ayuda a ser cada una para sí. te amo. nos amo. me amo. soy una vasija sagrada. soy un marecito nómada. soy una bailarina dos. soy tan afortunada.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

posparto sin bebé

Empecé a leer sobre el posparto cuando me volví a embarazar después de la segunda muerte intrauterina. Me hice la idea de que el posparto sería una de las partes más difíciles de ser mamá; con la caída hormonal, el cuerpo transformado y adolorido, agotada, con la identidad desdibujada, con bebé que todavía no entendería, que podría parecerme frágil, que me despertaría llorando, que requeriría todo mi tiempo, con las dificultades de la lactancia.

Hasta ahora no sé cuán difícil o gratificante es el posparto con bebé, mis bebés no han nacido vivos. Y es hasta esta cuarta muerte que entiendo plenamente que el posparto ocurre después de cualquier embarazo, dure las semanas que dure, haya bebé o no haya, nazca vivx o muertx. Y sí sé lo difícil que puede ser el posparto sin bebé, cuando no pudo formarse o cuando ha nacido muertx.

Conozco las fauces de la depresión posparto incluso después de un embarazo anembriónico de 7 semanas, los pensamientos turbadores y persistentes, la sensación de soledad e incomprensión absoluta, la confusión y la culpa, mi potencial destructivo.

Sé lo que es no poder dormir durante meses y sentir que es injusto que el insomnio sea por dolor, por ausencia, por vacío, por revivir sin parar los momentos de la pérdida con su ruido sordo y ese mareo de irrealidad. Dar vueltas en la madrugada, tener calor, tener frío, rondar por la casa vacía, ver el reloj cada minuto, salir a la calle a ponerme deliberadamente en peligro. Estar tan cansada que no puedo dormir, estar insoportable, odiar todo y a todos. Y desear insoportablemente que lo que me mantuviera despierta fuera mi bebé vivx. 

Entiendo el no reconocerme, verme al espejo y confundirme o gritar de furia, tocarme la panza y sentir que me quemo, planear destruir ese cuerpo en el que me despierto porque no se siente mío. Descubrir que no puedo identificarme a través de mis gustos cuando nada parece gustarme ya. Que mi nombre me queda incómodo, me sabe raro. Que desconozco mi carácter, he perdido mis hábitos, mis relaciones se han alterado para siempre y no sé a dónde pertenezco.

El no tener energía para nada, que nada parezca importante, escuchar o leer palabras y no entender lo que dicen, no encontrar motivación para hacer nada y no hacer nada y aburrirme y pasar días eternos asediada por ideas horrorosas y asoladoras. Olvidar lo que es el placer. No querer resdescubrir el placer porque no me interesa, porque no siento que me lo merezca, porque hay un trasfondo de culpa y de vergüenza. 

La confusión, la falta de memoria, no poder concentrarme en nada. Lo que se siente no entender por qué comer si sólo me alimento a mí, si la comida parece cartón, sentir cómo también mi ropa termina por no quedarme, por sentirse ajena. O no poder parar de comer, tragar sin masticar, llenarme de chatarra, provocarme indigestión.

Comprendo lo que es no comprender nada. Llorar sin motivo, reír sin parar, hablar demasiado, no poder hablar, sentir la garganta llena de polvo, perder la voz, ya no entender la música, salir a correr y no poder parar, sentir que no me acuerdo cómo se levanta una de la cama.

He vivido los ataques de pánico, jadear hasta desmayarme, que la realidad se sienta tan hostil y asfixiante. Los dolores de cabeza horribles que combinan la marea hormonal con la resaca del llanto y la fatiga extrema.

Sé lo que es sangrar por semanas en cantidades alarmantes, perder hierro, mancharme, tener miedo. Sé cómo duele el pecho por no poder lactar, porque no hay por quién lactar. Sé cómo duele el pecho por lactar y no tener a quién amamantar, cómo se congestiona y llora leche, lo difícil que es sacar la leche cuando no hay a quién dársela, y finalmente sentir cómo escurre como si mi cuerpo llorara, sentirme aliviada, confundida, devastada, robada, sola, sin propósito, poderosa; y pensar qué caso tiene sin mi bebé.

Pero esta vez, entiendo que esto es lo que tenemos, hasta donde llegamos, que esta leche es para mi bebé, aunque no esté. Que este cuerpito inacabado y esta leche son una prueba más de que esto es real, de que mi cuerpo hace milagros. Que merezco descansar, retraerme, fallar, pedir ayuda. Que es digno y valiente doler tanto. Que puedo permitirme la ira, el odio, la envidia, la desesperanza, el deseo insoportable. Que no tengo que escuchar lo que me dicen, que mi experiencia es mía, mi verdad es mía, mi maternidad es mía.

Sé todo esto porque cada vez que me embarazo soy mamá, tan mamá como cualquier otra. Mis hijxs no han nacido vivxs, pero son reales, les materno, les amo, me han cambiado para siempre.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

aprender a perder

Aprender a perder

Los últimos días de nuestro reciente embarazo y los primeros de esta pérdida los pasé viendo el Roland Garros. En cada partido alguien tiene que perder, me llena de compasión ver a las jugadoras que se rompen, se emberrinchan y se desesperan cuando empiezan a verse vencidas. Yo nunca he sabido perder.

Cuando era niña jugaba tenis, es el deporte que más tiempo practiqué, en todos los otros me quebraba la presión que yo me imponía, cuánto me exigía. En algún momento me había convencido de que mi mamá sólo podría quererme si yo era una ganadora, es decir, si jamás perdía. 

Por suerte en tenis nunca quise, ni nadie me pidió, competir. Yo tomaba clases, junto con mi hermano, voleando, sacando, jugando en contra sin expectativas. Era un juego nada más, entrenaba con gustosa mediocridad.

Pero en todo lo demás; la escuela, los deportes, las discusiones, cualquier muestra de resistencia física o inteligencia, competía con violencia y desesperación. Cuando perdía montaba un escándalo, buscaba excusas, repartía culpas y si era necesario, encontraba modos de herir a mi oponente, de socavar su victoria.

Por eso mientras veo el Roland Garros, me conmueve cuando Rublev golpea su raqueta contra el suelo y contra su cuerpo gritando maldiciones en ruso. Quisiera verlo, decirle “te veo”, me veo cuando pateas tu banca y destrozas tu raqueta. Quiero abrazar a Coco Gauff cuando llora porque la juez de silla la interrumpió a medio swing y se niega a dejarla repetir el punto. Siento ternura por Hurkacz cuando irritado trata de convencer a Dimitrov de pedir un cambio de jueza. Me abato sobre la red y bramo junto con Alex Michelsen cuando no marcaron el fuera que hizo De Miñaur.

Así me siento cuando veo estos embarazos paralelos al mío, que continúan saludablemente, que culminan en el nacimiento de un ser vivo, estos deseos que se cumplen mientras el mío me quema y parece tan lejano o imposible.

 Y se lo comparto a Héctor, le digo que me veo en ellos, no pudiendo aceptar la derrota, perdiendo el control, haciendo rabietas, tornándome violenta. Y él me dice: Antes. Ahora que eres mamá, que acabas de perder la vida de una hija más adentro de ti, estás en paz, aceptante, devastada, abrazando la pérdida y al dolor como una ganadora. Aprendiste a perder.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

querida momo

Querida Momo:

Es confuso celebrar un nacimiento y un funeral a la vez. Es que naciste demasiado pronto.

Esta es la cuarta vez que somos pamás. Todos tus hermanos son invisibles. Imagino que cada uno vino al mundo por algo: Cosme es la línea que no es línea entre dos estrellas de cada constelación. Ajonjolí es del río, el protector de la vida que se genera a partir del agua, lo veo como un dragón con cuerpo de corrientes. Luci es de la luz, la que trae la esperanza donde no parece caber, la que brilla en la oscuridad. 

Y tú, Momo, que viviste 16 semanas en mi panza, 18 para los doctores. Me hubiera gustado tener más tiempo contigo, haber aprovechado más el que tuvimos, conocerte más. Pero te conozco; y me siento las más afortunada. Conocí tu amor por el tamarindo, y tu odio por el ajo y la cebolla que no he logrado superar. Te encantan el yogurt, las nueces y el smoothie de mango, las aceitunas con anchoa, la papaya fría y el atún. Eres muy sensible al ruido, muy callada, una gran observadora. Te gustan las otras formas de vida tanto como a mí, me alegra haberte enseñado los nombres de algunas plantas, lo que más me gusta de ellas, el olor del jazmín. Me encanta saber que conociste la lluvia, que nos acostamos todos juntos bajo ella. Agradezco que me hayas enseñado a ver tantas cosas como si nunca las hubiera visto antes y que viéramos juntas tantas cosas al microscopio, que saliéramos a tomar el sol, que vieras crecer mis hongos.

Cuando te implantaste yo seguía aullando por tus hermanos en la madrugada cuando vi una luz que me levantó de la cama, me senté a llorar en el piso y sentí que me decías: mamá, por qué lloras si ya estoy aquí. Después iba en la bicicleta con una tristeza demoledora y me imaginaba a mis dos abuelas sosteniéndome de los hombros, sin dejarme caer, a tus tres hermanos volando de colores encima de mí. Entonces vi una luz en mi panza, pensé que era Luci, pero esta luz era naranja, se sentía diferente, eras tú. Supe que estaba embarazada porque cuando veía mamás con bebés me sentía feliz y no devastada, envidiosa, asfixiada de deseo como siempre. El nuestro fue un embarazo tan difícil; lleno de miedo, náuseas, vómito, agotamiento, dolor de cuerpo. Me costaba mucho salir, ver a otros, compartir lo que vivía. Pero me sentí feliz, plena, confiada, enamorada, segura de que ibas a nacer. 

Y sí naciste, este 31 de mayo, pero ya no estabas viva. Yo llevaba días confundida sin poder parar de llorar, Yauhtli llevaba días rara, perdiendo mucho peso. Pensé que era un momento más del duelo por tus hermanos, pero el día 29 te vimos en la pantalla del ultrasonido sin crecimiento, sin movimiento, sin latido, sin vida. 

Te tuvimos en casa y tratamos de hacerlo tan parecido a como lo deseábamos si hubieras nacido viva. Me sorprendió que eso tan intenso no se sintiera como dolor, poder abrazarlo, saber tan claramente cómo hacer a cada momento, qué necesitar, sentir exactamente cuando ya venías. Tuve tu cuerpo unos momentos en mi mano y te veías preciosa con los piecitos cruzados, tus orejas tan pequeñitas y una mano en la boca, sentí cómo si me miraras tú también. El saco donde creciste se atoró por horas hasta que me metí a bañar y me sentí tan liberada cuando salió y me quedé vacía. El silencio más amplio y luminoso, una reverencia. 

Creo que voy a lactar, tengo los pechos cada vez más inflamados y adoloridos. Una parte de mí tiene miedo de que sea insoportable sentir la leche y no poder dártela y otra parte siente que nos podría conectar por un poquito más de tiempo, que si nunca tengo un bebé vivo quiero vivir despierta cada parte de este proceso. Hago consciencia de que soy mamá, no cómo quisiera, pero como he podido. Me sumerjo en el dolor como lo hice con cada contracción y me enoja soportarlo tan bien, casi disfrutarlo, quisiera que se parara el mundo, saltar de la órbita, ahogarme en la tristeza, hacer la madre de todos los berrinches, romper lo que me importa, abandonarlo todo, cerrarle la puerta a las personas que quiero, fingir que mi desolación es la única y la más grande del mundo, quisiera que esto me matara, que pudieran enterrarnos juntas, dejar de desear ser madre como nunca supe que era posible desear algo. 

Pero me veo como un fénix quemándome, haciéndome otra vez polvo, cayéndome hasta el centro de la tierra; cada vez más fuerte. Lo único que quiero es seguir intentando todas las veces que pueda, por si acaso es posible sostener a alguna de mis hijas viva, incluso verla crecer. Lo único que pienso es cuándo, cómo levantarnos e intentar otra vez. Y esto me enfurece, me imagino que podría destruir poco a poco mi vida, nuestra relación, a mí, a mi cuerpo, a nosotros. Pero volteo y Héctor está aquí a cada momento, cada vez más sensible, más amoroso, más él, más papá. Y no entiendo por qué no podemos, al menos por un rato, hundirnos en la lástima, en la desesperación, en la autodestrucción y en el odio, como quizás pude hacerlo después de perder a tus hermanos. Una parte de mí se imagina que eso nos daría algún alivio, que nos lograría distraer del dolor, engañarnos como si pudiéramos controlar algo, como si nuestros planes pudieran imponerse a los del universo. 

Pensé que este camino imposible, aterrador, incomprendido, socialmente lleno de vergüenza y culpa me llevaría a la soledad absoluta. Y en lugar de eso he descubierto la profundidad de las amigas, la sensibilidad de mi hermano, los lazos con mis ancestras, el apoyo inquebrantable de una extraña, la lucidez de Yauhtli, la cercanía con tu papá, la compañía permanente de la muerte y el valor de sostenerme a mí misma.

Pero ahora sólo te siento Momo, aquí en mi mano, calientita para siempre, pequeñísima para siempre, en silencio, imposiblemente quieta. El amor más grande de mi vida. El dolor más grande que existe.

Tu mamá

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

mucho gusto

Querida amiga,

He vivido un año que ha durado varios. No me quedaba más que despedazarme, alejarme, replegarme, reconstruirme. Necesitaba desaparecer. No sé cómo empezar a compartirte dónde estoy ahora, por dónde he pasado. Tampoco sé si quieras saberlo o dónde has estado tú. Lo que creo es que para ser amigas hace falta empezar de nuevo: Mucho gusto, me llamo Daniela. Te ofrezco la humana que soy ahora, la amiga que puedo ser. No puedo ofrecerte la amistad que teníamos, la amiga que conoces.

Hace más de un año que he estado embarazada, que soy mamá, somos papás, pero no hemos podido cargar a nuestros hijxs. Pasé tres meses ilusionada, con náuseas; dos días catatónica planeando morirme, dos semanas desangrándome, cuatro meses imposibles, dos meses feliz otra vez, preguntándome cuándo llegarían las náuseas; una semana sangrando, otra semana de navidad sangrando y temblando de fiebre, un día en un procedimiento de emergencia, dos meses aullando sin dormir, un mes confuso sin saber que estaba embarazada por tercera vez, dos meses vomitando sin poder funcionar, confiada, agotada, esperanzada, aterrada. Aquí estoy, esperando a nuestrx hijx, con dos hijxs por los que nadie pregunta ya, que no existen para nadie más que para su papá y para mí.  

A veces quisiera recuperar la simpleza del primer embarazo, el pensar que el nacimiento es la consecuencia natural, poder contárselo a todos y sentir que sin duda es real, no tener que agregar “si todo sale bien” cuando comparto la fecha probable de parto, dejar que me regalen cosas sin pensar a quién donarlas si esto no sale bien. No despertarme asustada sin motivo, no revisar si me he manchado de sangre, no tocarme la panza para comprobar que sigue ahí y preguntarme si crece como debería. No ir desvelada y temblando a cada ultrasonido, no cerrar los ojos y rogar hasta que me dicen que todo se ve bien.  

Quisiera ahorrarme la vergüenza de sentir tanta envidia cuando alguien me comparte la noticia de su embarazo y poderme sentir hermanada también con las que tienen un camino reproductivo aparentemente más fácil. Quisiera sentir que no soy menos que ellas, que soy una mamá como todas, no una mamá alien, dejar de hacerme el cuento de que estoy sola en esto cuando somos tantas. Pero todavía no puedo.

En el fondo sé que mis pérdidas son mis mayores ganancias. Que no cambiaría nada de lo que hemos vivido, todo lo que he crecido, conocerme tantas capas más adentro, la consciencia de vulnerabilidad, el valor que le da a mi vida y a cada día sosteniendo a esta otra vida. Que no quisiera volver a ser la de antes, la que conocías. Pero me siento sola:

Mucho gusto, me llamo Daniela. Sé que desaparecí por mucho tiempo, pero ahora sabes por qué. Y quiero conocerte como si no te conociera antes, si tú quieres conocerme a mí.

Daniela.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

un autorretrato

Si me lo piden, me cuesta hablar sobre mí misma, de lo contrario puedo hacerlo sin parar. Me es difícil llegar tarde. Creo que soy floja y me empeño sin descanso en parecer productiva. Lloro fácilmente cuando cuento mi historia. Creo que cuando soy más flaca valgo más. Me gusta en especial el agua salvaje y mojarme en ella. Me enfurece la basura fuera de lugar y los coches que no ceden el paso al peatón. Adoro comer vegetales y descubrí el mismo amor por la carne muy roja. Mi parte favorita de la comida es la grasa. Quisiera ser talentosa para dormir. Conocer extraños es un suplicio, pero también encontrar conocidos mientras paseo. Lo que me gusta de la ciudad es sentirme anónima. Mis días favoritos tienen una lluvia fuerte y momentos de sol. Odio tener frío por más de un momento. Siento que mi cuerpo es fuerte y mi alma débil. Me es difícil reír de cualquier cosa, las cosas que me causan gracia son puntuales, juegos de palabras, bromas musicales, chistes de ancianos, videos de animales. Me gusta la seda y todas las fibras naturales. Me gustan las plantas descontroladas y las flores. No hay nada mejor que acostarme mojada en una piedra que calentó el sol. Desvelarme me pone de muy mal humor. Tengo problemas con la autoridad. Evito el conflicto lo más posible y tengo habilidades retóricas para ganar la razón sin llegar a una franca discusión, lo considero un enorme defecto. Secretamente pienso que todo es una competencia. No imagino merecer mis deseos más profundos. Soy artista, pero pienso todo lo que hago es un ejercicio en lo que consigo la habilidad suficiente. A veces pienso que escribo bien. Odio vestir materiales sintéticos. Me angustia recibir de más. Detesto prestar algo y que no me lo devuelvan. Amo estar en casa y que las visitas se vayan pronto. Me gusta fingir que sigo las reglas y transgredir con sutileza o astucia. Prefiero el silencio y los ruidos naturales. Me molesta el zumbido de la televisión cuando la ve otro, y peor, cuando no la ve nadie.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

calma

la calma más honda se conoce sólo en el momento huracánico

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

envidia

Me consume la envidia por quienes maternan desde la ingenuidad de los deseos que se cumplen sin contratiempo, desde la ligereza de un embarazo con mínimos sustos.

Pero si verdaderamente existiera una madre así, y pudiera ver desde dentro mi camino, quizás podría envidiarme de vuelta. Envidiar cómo cada muerte me demuele y me rompe las máscaras de ego. Que se le hacen hoyos a mi vida por donde pasa la luz. Que no ha quedado de otra que dejar que el dolor me arrastre y lo vuelva todo transparente. Que en esta transparencia no he podido ocultarme más. Y desde aquí veo a través de mí misma y de ti.

Que me he quedado sin fuerzas para cargar el fardo que otros me encargaron y lo he perdido en algún lugar de este desolado camino. Me he quedado sola en la oscuridad y he tenido que responderme a mí misma las preguntas que siempre hice a otros. Que sé que mi naturaleza es sanar, que soy mi santuario y mi medicina.

Quizás envidiaría que cada vez que mi sueño se rompe, me muero y tengo que morirme, pero no tienen que renacer conmigo mis partes sofocantes. Que me duele lo que me duele. Que conozco a diosa como sólo la conoce quien conoce el lugar sin diosa. Que he abrazado más allá del miedo el helado cuerpo incorpóreo de la muerte.

Que conozco profundidades que son el abismo del fondo de otras. Conozco desde la desesperación absoluta mis peores potenciales y puedo verme en cada asesina, psicópata, desahuciada y suicida. Que en el dolor no nos separa nada, mi herida las es todas y está contenida en cada una.

Que puedo sostener mis fealdades más turbadoras sin cerrar el corazón o apretar el vientre. Que chapoteo y empiezo a flotar en aguas profundas ante las que otras tiritan o se ahogan. Nado cada vez mejor el oceáno de lágrimas y la mujer que emerge es siempre otra que la que se zambulle. Que el cauce que sigo es el de mi llanto insaciable.

Podría anhelar mi deseo de maternar porque ha sido limpiado forzosamente de toda sombra de duda, de todo dar por hecho, de toda vergüenza, influencia y sumisión. Que valoro la vida en la entraña como antes pretendía hacer desde el intelecto. Que conozco el potencial pirómano de mi enojo y llevo su lumbre en las tinieblas más densas. Que desde él planto los pies y digo “NO”. Que en él se calcinan esperanzas, expectativas, ideales y exigencias que estorban.

Que esta furia inflama mi cuerpo para que al fin ocupe todo el espacio necesario. Un cuerpo sin pudor, con una belleza cruda y encandiladora, con la inteligencia de las rocas, con la vulnerabilidad como único escudo. Un cuerpo que se desarma y necesita dejarse sostener, una ser que se desestructura, derrumba y levanta distinta.

Probablemente envidiaría que soy invencible porque he abandonado el concepto de victoria. Que el mundo crece porque he atravesado lo inatravesable y lo he vuelto a atravesar. Que el mundo es más porque lo habitan mis hijxs intangibles.

Que cada día que te espero soy una mejor mamá y una mejor mujer.

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

horizontes del dolor/inmersiones en la fealdad

Estoy devastada. No puedo sentir los bordes de mi cuerpo, se dilatan y contraen con cada pulsación de pena y son cada vez más difusos. Los horizontes del dolor siguen expandiéndose. Camino hacia el laboratorio, pero no necesito un ultrasonido para saber que no vas a nacer. Lo sé en este cuerpo que sangra. Inhalo cuatro cuentas, sostengo siete, exhalo ocho. Me aferro a las cuentas procurando no desplomarme sobre la banqueta. Se desarman los huesos de mi cuerpo, necesito caerme, caer y seguir cayendo, dejarme tragar por el abismo de tu pérdida. Conocer las profundidades vagas de este hoyo nuevo que se abre en mi paisaje.

Me aferraba a la esperanza de que perderte, Luci, fuera una ampliación sobre el agujero que dejó tu hermano antes que tú, ahora sé que mi mundo tendrá siempre al menos dos enormes vacíos. Cuando lo perdí a él quise flotar, mantenerme cerca de la orilla conforme me azotaban las olas de un dolor asfixiante y sin referentes. Entonces el hueco empezó a deslavar los bordes de mi vida, la mar empezó a tragarse a sí misma. Se socavaron mis hábitos, mis relaciones, mi trabajo, mi identidad. Pronto no hubo fondo que me sostuviera ni orilla a la vista.

Esta vez me desarmo como el Castillo Vagabundo de Howl, abandonando los pedazos conforme caen. He aprendido que un duelo no puede rodearse, sólo atravesarse, y que intentar no romperme es como abrazar una granada suelta. La evasión del dolor es un sufrimiento lento para el que no me quedan fuerzas. Esta vez me sumerjo voluntariamente con el valor que encararlos a ustedes y a mí misma me ha dado.

En mis profundidades nadan monstruas horrendas, se asoman por todos los huecos de mi vida, especialmente cuando aflojo las amarras del hábito y la racionalidad. He pensado por años en esto que entreveo, en como he pretendido cerrarle los huecos, llenar los silencios como quien canta frente a un cementerio porque tiene miedo (como Emily Dickinson), ocultar sus apariciones con risas, placeres y otras “bellezas”, vadear mis depresiones sin ahondar en ellas.

Estoy cansada de esta huida, harta de temer al miedo, consciente de huir de mí misma al revés que una perra persiguiéndose la cola. Quiero encarar, quiero abrir los ojos en la oscuridad, quiero aceptar mis reflejos, quiero recuperar mis fealdades como parte mía. Quiero acercarme a ellas como una se acerca a un animal salvaje y herido. Quiero mirarlas, sosteneralas, hermanarme con ellas al fin.

“The flight from ugliness reveals an unwillingness to confront reality.” Mark W. Roche

Leer más
Daniela Soto Daniela Soto

el abismo

la única cosa que puede mantenerse encendida en este lugar es furia

Leer más